Los orígenes de la viticultura en Rías Baixas se pueden trazar hasta los tiempos prerromanos, con evidencias de cultivo de vides por las tribus celtas. Sin embargo, fue con la llegada de los romanos cuando se empezó a desarrollar una viticultura más organizada. Los romanos no solo trajeron consigo técnicas avanzadas de cultivo y vinificación sino que también reconocieron el potencial de esta región para producir vinos de calidad, dadas sus condiciones climáticas únicas y sus suelos ricos y variados.

A lo largo de la Edad Media, la tradición vitivinícola de la región se mantuvo y se desarrolló principalmente en monasterios y abadías, donde los monjes perfeccionaron las técnicas de cultivo y vinificación. La Iglesia jugó un papel crucial en la preservación y expansión del conocimiento vitivinícola durante este periodo, y es en estos centros monásticos donde la uva Albariño comenzó a ganar prominencia.

En los siglos posteriores, el vino de Rías Baixas continuó su evolución, aunque enfrentó desafíos como la filoxera en el siglo XIX, que devastó gran parte de los viñedos europeos. La región respondió a esta crisis con la replantación de viñedos y la introducción de técnicas modernas de viticultura, iniciando un proceso de renovación que continuaría en el siglo XX.